En casa éramos muy pobres, el piso de mi casa era de tierra, las paredes de cartón, el techo de mi casa eran pedazos de lata, pero cuando pasaban recogiendo la ofrenda en la Iglesia, papá sacaba de su bosillo billetes; ¡no monedas! y los echaba en la ofrenda. ¡Billetes! No teníamos mucho dinero para comer, no había nevera, no había televisor, apenas había un poquito de electricidad en casa, pero para la ofrenda papá siempre tenía y me decía: – Mi hijo, yo no sé si sus amiguitos van a ser pobres cuando sean grandes, ¡pero usted no! Usted no va a ser pobre porque en esta familia nosotros le damos a Dios de nuestro tiempo y de nuestro dinero y usted va a ser un gran profesional.
La Biblia desde el Génesis me habla de las ofrendas y a partir de ahí yo comencé a ver todas las promesas de Dios para aquellas personas que le dan su ofrenda a Dios.
Cuando nosotros le damos a Dios, nuestros hijos también lo heredan.
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