“Jesucristo es el Señor” es la confesión de todo cristiano, pues tal declaración es fundamental para nuestra fe.
Romanos 14.7-9
“Jesucristo es el Señor” es la confesión de todo cristiano, pues tal declaración es fundamental para nuestra fe. El apóstol Pablo afirma que debemos confesar con nuestra boca a Cristo como el Señor de nuestra vida, para ser salvos (Ro 10.9). Esta doctrina es central para el cristianismo, y quienes seguimos a Jesucristo creemos que Él es Señor de todo y por siempre. Sin embargo, cuando decimos “todo”, significa también de nosotros. Si Cristo es en realidad el soberano Señor del cielo y la Tierra, entonces es también el amo de nuestra vida. El señorío de Cristo no se limita a gobernar el vasto universo; también es un asunto personal. Él es el Señor de nuestras decisiones, prioridades, actividades, actitudes y palabras.
El apóstol Pablo captó esta verdad en Romanos 14.8 cuando escribió: “Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos”. El apóstol consideraba imposible segmentar el señorío de Cristo. Sabía que su vida pertenecía por completo a Dios. Jesucristo no quiere ser solo parte de nuestra vida; lo dejó claro por medio de sus discípulos. Cuando le damos al Señor solo una porción, entonces le estamos diciendo que hay otras cosas que consideramos tan importantes como Él. ¿Sabe usted cómo le llama la Biblia a esto? Idolatría. El Señor nunca nos llamó a hacer un experimento con Él. Nos exigió nuestra entrega plena: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Lc 9.23). No podemos convertir a Cristo en un segmento de nuestra vida y seguir viviendo como nos plazca. Si de verdad somos suyos, entonces Él es nuestra vida.
Devocional original de Ministerios En Contacto